Mike Miles
Siempre se esperó que yo fuera a la universidad, pero nadie me dijo ni una sola palabra sobre cómo habría de llegar o de dónde iba a salir el dinero.
Así pues, a falta de un verdadero plan, hice lo que tenía que hacer para pagarme los estudios: repartí periódicos, trabajé de almacenista y de reparador de techos en el verano. Un día estaba pidiendo aventón para ir a la escuela –había entrado en el centro de extensión local de Penn State– y un viejo conocido mío detuvo su camioneta para recogerme. Anteriormente corríamos juntos pero no nos habíamos vuelto a ver en mucho tiempo. Empezamos a hablar y me dijo que tenía una beca completa en la Universidad St. Joe’s.
Estaba asombrado. Pensé para mis adentros: “Un momento. Yo antes le ganaba y ahora ¿él está estudiando con una beca completa? ¿Qué está pasando aquí?”
Su historia de éxito –y, más importante, la historia de nuestros caminos divergentes– se me quedó mucho tiempo después de que él se había alejado en su camioneta.
Yo quería saber, yo tenía que saber cómo fue que él –un estudiante de menos talento que yo– había avanzado a un nivel de éxito más alto, mientras que yo no. Llegué a una respuesta: mi amigo tenía una visión de sí mismo. Él tuvo mentores que lo ayudaron a fijarse metas, que le dieron orientación y lo ayudaron a crear una trayectoria de avances. Él tenía una visión personal y yo no.
Darme cuenta de eso fue un momento decisivo para mí. Me motivó a elaborar mi propio plan y a catapultarme hacia adelante. Y a partir de ese viaje en su camioneta, he tenido una sólida fe en el poder de tener una fuerte visión personal.
La primera vez que recorrí una escuela KIPP, allá en 2004, me sorprendieron algunas cosas. Primero, noté que la escuela estaba muy tranquila. Había un ambiente de calma incluso cuando los estudiantes caminaban de una clase a otra. Pero hubo otra cosa destacada y eso es lo que mejor recuerdo.
En uno de los pasillos de la escuela secundaria, noté una hoja pegada en la pared. Me acerqué para poder verla mejor. Era un ensayo escrito por una chica de séptimo año. El tema era la universidad.
El ensayo no era una composición idealista de sueños futuros. No, era de naturaleza más técnica. Bien organizado. Preciso.
La estudiante describió adónde quería ir a la escuela y detalló cada paso que habría que dar para alcanzar su meta. Me quedé ahí de pie leyendo el ensayo una y otra vez mientras cientos de estudiantes de secundaria caminaban silenciosamente a mi alrededor.
Pensé que estaba rodeado de chicos de séptimo año y que cada uno de ellos tenía un plan. En ese momento me di cuenta de que los profesores de KIPP hacían mucho más que enseñar.
Los profesores KIPP construían visiones.
En los negocios, yo siempre he mantenido este principio: hay que aprovechar la inversión. Yo no querría abrir un restaurante a menos que pudiera abrir diez. Así es como estoy hecho.
Así, cuando Mike Feinberg, uno de los fundadores de KIPP, nos llamó y nos dijo que necesitaba que hubiera más líderes que abrieran más escuelas, mi esposa Jane y yo lo vimos como una oportunidad de aprovechar nuestra inversión.
Podríamos causar un impacto más grande que si fuéramos a patrocinar a un solo estudiante. Jane y yo nos sentamos a hablar –como lo hemos hecho desde hace 47 años– para averiguar el tipo de impacto que podríamos tener.
Sabíamos que un líder de escuela estaba en posición de afectar al menos a 80 estudiantes en su primer año. Nos dimos cuenta de que cada año, nuestro impacto crecería exponencialmente. Y que en cuatro años, nuestra inversión no solo influiría en los más de 360 alumnos de una escuela, sino que también tendría efecto en vidas fuera del aula: que los niños influyen positivamente en sus hermanos en casa, que los buenos líderes escolares generan a otros buenos líderes escolares, y así sucesivamente.
Así que nuestra decisión fue fácil. Jane y yo trabajamos con KIPP para establecer la Beca de la Familia Miles en 2007 y hemos tenido la bendición de ayudar a formar sólidos líderes escolares desde entonces.