Pete Gooden
A través de los años, he visto a los estudiantes batallar con la transición a la universidad.
Sin importar si la batalla es en lo social o en lo académico, yo pienso que la raíz del problema es esta: los estudiantes pasan tanto tiempo pensando en entrar en la universidad que nunca consideran lo que quieren obtener de ella.
Claro, tienen una respuesta prefabricada que algún adulto les dio en algún momento, pero nunca se les ha pedido que precisen por qué la universidad es importante y significativa para ellos. Así que eso es lo que trato de abordar en mi trabajo. Yo le pido a cada estudiante que profundice mucho en esta pregunta: “¿Qué quieres obtener de esta oportunidad?”
Le pido a cada estudiante que reflexione. Quiero que cada estudiante llegue al plantel universitario sintiendo que tiene poder.
Yo soy muy franco con mis estudiantes. Les cuento historias de mi vida: de mi madre que, cuando era chica en Jamaica, le ofrecieron una beca prestigiosa para la preparatoria y la rechazó; decidió en cambio cuidar de su familia y le pasó la beca a su hermana menor.
O que yo soy el primero de mi familia en ir a la universidad. O como cuando me reconocí ante mí mismo como gay, cuando estaba en el penúltimo año, toqué fondo y abandoné la escuela, anduve de un lugar a otro, buscando, indagando, temeroso de cómo reaccionaría mi familia y con el corazón roto porque nunca tendría hijos.
Algunos estudiantes saben que regresé a la universidad a los 27 años –decidido a ser un buen ejemplo para mi hermana menor– y que obtuve mi título después de años de ir a la escuela de noche y en fines de semana.
Y algunos han oído cómo obtuve este empleo: que tenía un novio que trabajaba en KIPP Nueva York, que ese novio llegó a ser mi esposo y que acabamos de celebrar nuestros 16 años juntos.
Y mis estudiantes saben qué es lo que más orgullo me da: nuestra hija, que acaba de cumplir dos años.
El año pasado, nuestra primera generación KIPP se graduó de la universidad. Yo trato de asistir a todas las ceremonias. Les decimos a nuestros chicos que deben dar pasos importantes en su vida; nosotros debemos estar presentes para animarlos.
La primera ceremonia de graduación a la que asistí fue en las afueras de Chicago. Estuve sentado dos horas y media. Lo único que quería era ver a mi estudiante y que ella me viera. Por fin, hacia el final, cuando ella estaba a punto de subir al escenario, volvió ligeramente la cabeza… y nos miramos a los ojos. La mirada que me dio… fue algo… fue maravilloso. ¡Ella estaba tan feliz! Así que se salió de la fila, me dio un gran abrazo y corrió de regreso al escenario a recibir su diploma. De hecho, acabo de escribirle una carta de recomendación. Ella empezó la escuela de posgrado en enero pasado.
Estos chi… no quiero llamarlos chicos. Estos jóvenes adultos son maravillosos. Dicen cosas, hacen cosas, simplemente… simplemente hacen que tenga mucha fe en la próxima generación.