Profesor/a

Alexis Ivey

KIPP Teacher Alexis Ivey

Cuando era defensora pública, con frecuencia tenía clientes menores de edad. Y tenía una idea recurrente: los chicos que yo atendía –y que estaban a punto de entrar en el sistema de justicia penal– eran completa y totalmente vulnerables.

No sabían leer bien. No procesaban bien la información ni sabían qué preguntas hacer. Dependían ciegamente de mí, una extraña. Y la verdad, entre mis clientes y yo no había mucha diferencia. A veces teníamos antecedentes similares. A veces incluso veníamos del mismo barrio.

Lo único que nos separaba era la educación.

La educación me había llevado a muchos lugares. Empezó con mi mamá, madre soltera con preparatoria por equivalencia que sabía lo que significaba la educación. Ella me instiló el amor por la lectura y el aprendizaje desde un principio. Después de ella… ¡oh! Ha habido tantas otras personas. Alguien que me llevaba a la biblioteca cuando mi mamá estaba trabajando en el almacén; el que me dijo que investigara y buscara más allá de la respuesta superficial; alguien que intervino para hacer que yo fuera responsable ante mí misma; el que me motivó, el que me desafió, el que me apoyó o el que se sacrificó por mí.

La educación me llevó a la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Me llevó a la escuela de derecho en Boston. Me llevó al extranjero. Me llevó… más allá.

Pero empecé a cuestionar mi carrera.

La gente en mi vida había dado mucho para que yo pudiera estar donde estaba. ¿Estaba causando impacto? ¿Estaba cambiando mi comunidad? ¿El derecho era mi vocación? Así que tomé una decisión.

En lugar de meter a menores en el sistema de justicia penal, decidí ayudarlos a no caer en él.

Me hice profesora.

La educación me dio la meta de irme de Charlotte y después me dio una razón para regresar ahí. Estoy de nuevo en casa. Claro que hay días en que suena el despertador y lo único que quiero es quedarme en cama… los días en que tengo que escarbar mucho para encontrar la alegría.

Pero esto es lo que hace que me levante: veo a los estudiantes salir de la escuela después de una jornada completa y regresar corriendo a abrazar a su profesor por última vez. Veo a chicos de cuarto año a la altura de los líderes de la escuela, ayudando a los estudiantes más jóvenes. Oigo que los chicos me dicen: “Profesora Ivey, estoy frustrado porque no sé hacer esto” o “No entiendo esto.” Y después dicen la palabra más importante… “todavía.”

Cuando veo esas cosas –cuando veo su amor, su valentía, su curiosidad– sé que puedo escarbar un poco más. Es algo hermoso cuando todos internalizan la cultura de equipo y de familia.

Hace años, estaba en una cátedra en la escuela de derecho y uno de mis profesores dijo una cosa que me tocó una fibra muy profunda: “La educación es la forma más elevada de la defensoría.”

La educación me transformó la vida. La vida de mis estudiantes se transformará gracias a su educación.

La educación es la forma más elevada de la defensoría.

Esa frase sigue siendo tan potente como la primera vez que la escuché.

 

 

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